Muchos propietarios piensan: “Me gustaría mudarme… pero no quiero renunciar a mi tasa del 3%”. Es comprensible: una tasa así ha sido una gran ventaja financiera. Pero hay que recordar algo importante: una excelente tasa no compensa vivir en una casa que ya no funciona para la vida de uno. La vida cambia —familias, trabajos, prioridades— y en muchos casos la vivienda debe cambiar con ella.

En los últimos meses se observa una variación relevante: el llamado “efecto lock-in”, que mantuvo a muchos dueños inmóviles, empieza a relajarse. La proporción de hipotecas con tasas muy bajas está disminuyendo a medida que más personas se mudan, y la cuota de préstamos con tasas por encima del 6% alcanzó un máximo de 10 años, lo que indica que cada vez más propietarios aceptan las tasas actuales como la nueva normalidad.

Durante un tiempo, muchos propietarios evitaron mudarse para no perder su tasa baja. Pero los datos de la FHFA muestran que esa inmovilidad comienza a aflojarse: la participación de hipotecas con tasas por debajo del 3% está disminuyendo conforme más personas se trasladan, y la proporción de hipotecas por encima del 6% está aumentando.

Ese movimiento implica que una parte de los propietarios está cambiando su cálculo: el costo adicional de una tasa más alta en la próxima hipoteca empieza a verse como un precio necesario para resolver necesidades de vida reales. Aunque el cambio sea gradual, revela que la prioridad de mantenerse en la tasa óptima está perdiendo peso frente a otras consideraciones prácticas.

La razón es sencilla: no pueden dejar la vida en pausa. Crecimiento familiar, cambios de empleo, divorcios, jubilaciones o el deseo de estar más cerca de la familia son motivos reales y urgentes que pesan más que aferrarse a una tasa baja. Chen Zhao (Redfin) lo resume señalando que esas necesidades personales empiezan a superar el beneficio financiero de mantener una tasa histórica.

First American resume estos detonantes en las “5 D”:

  1. Degrees (avances en carrera que aumentan el poder de compra).

  2. Diapers (bebés, familias que necesitan más espacio).

  3. Divorce (cambios en la unidad familiar).

  4. Downsizing (reducción de tamaño tras etapas de la vida).

  5. Death (pérdidas que llevan a querer estar más cerca de la familia). En cada caso, el valor de mejorar la calidad de vida o atender nuevas circunstancias puede justificar aceptar un costo financiero mayor a corto plazo.

Según Realtor.com, casi dos de cada tres potenciales vendedores llevan más de un año pensando en mudarse; eso refleja cuánto tiempo muchas personas han pospuesto decisiones personales. Al mismo tiempo, las tasas han bajado desde sus picos y se proyecta cierto alivio adicional en 2026, lo que modifica la ecuación para quienes estaban esperando.

Por eso la pregunta deja de ser solo “¿debería mudarme?” y se vuelve “¿cuánto tiempo más estoy dispuesto a quedarme en un lugar que ya no me sirve?”. Para quien siente que la vida exige un cambio, las condiciones actuales pueden hacer que la mudanza sea más factible. Es aconsejable evaluar el balance entre el costo financiero de una nueva hipoteca y los beneficios tangibles —espacio, ubicación, bienestar— que aportaría la nueva vivienda.


En resumen

Tener una tasa baja es una gran ventaja, pero no siempre compensa postergar necesidades reales de vida. El efecto de inmovilidad está cediendo: más propietarios aceptan tasas actuales y se mudan, impulsados por motivos personales (las “5 D”). Con las tasas ya bajando desde sus picos y previsiones de alivio en 2026, puede ser buen momento para reevaluar opciones y prioridades.


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